Las valientes portada

 

 

La Guía y su Maestra

Yeidis Rodríguez, Nueva Venecia, 25 años
Elsy Rodríguez, Nueva Venecia, 51 años
 

—El 22 de noviembre del año 2000, a las 2:30 de la madrugada, agarré a mis sobrinas y me fui al monte huyendo de la violencia. Dios me permitió llegar a un lugar seguro donde me guardé hasta las 4:00 de la tarde. Salí de ese lugar para recibir la noticia que a mis hermanos los habían matado. Ese fue el día en que aprendí a bogar; tenía 28 años. Aprendí lo que es la vida, aprendí a vivir con golpes y con dificultades.

 

En los pueblos palafitos la supervivencia depende de saber bogar. Hay que aprender, ojalá desde muy pequeño.

 

 

Ese no fue el caso de Elsy Rodríguez Ayala, hoy de 51 años. Aprendió a bogar a los 28, cuando unos 60 paramilitares del Bloque Norte llegaron a Nueva Venecia a bordo de cinco lanchas. A su paso, asesinaron a 40 pobladores. Entre las víctimas estaban sus hermanos Manuel y Rafael Rodríguez Ayala.

A Elsy todavía le retumba en la cabeza el último encargo de su hermano Manuel: “Cuídame a mis hijos”. Recordar esas palabras es de las pocas cosas que la quiebran; lo normal es verla trabajando animosamente.

Elsy es madre cabeza de familia de ocho pelados, unos más grandes que otros: cuatro a los que parió y cuatro a los que adoptó.

—Yo digo que tengo ocho hijos, y son ellos los que me han demostrado que la sonrisa calma un poco el dolor que llevo por dentro. Han pasado 23 años, y no me he podido recuperar del todo porque el dolor sigue ahí.

 

 

Elsy Rodríguez

 

 

Yeidis Rodríguez, de 25 años, es una de las sobrinas adoptadas por Elsy. Su papá, Manuel, un carpintero

de canoas, fue al que los paramilitares mataron.

 

Mi papá fue asesinado en el 2000 en una masacre que no tenía sentido [...]. Yo tenía 

dos años cuando lo asesinaron y no comprendía qué pasaba […]. Mi papá era una

persona tan buena, ¿por qué tuvo que sucederle algo tan terrible? —pregunta Yeidis.

 

La respuesta es infame. La masacre fue una venganza en contra de los pobladores de Nueva Venecia, a los que señalaron falsamente de ser colaboradores del guerrillero Ejército de Liberación Nacional (ELN), según declararon paramilitares procesados, que se desmovilizaron años después en el marco de la denominada Ley de Justicia y Paz.

A los 16 años, Yeidis perdió a su madre por causa del cáncer. —Me quedé sola, pero mi tía (Elsy) siempre estuvo ahí acompañándome para salir adelante y hacerme entender que la vida no era injusta —cuenta con voz recia la joven de quien parece haberse calcado los bellos rasgos, la abundante cabellera y el carácter valiente de la princesa Pocahontas de Disney.

—Luego llegó mi hijo, y le doy gracias a Dios porque esa ha sido la persona que me ha hecho sentir que puedo seguir adelante con mi vida. 

Yeidis le está enseñando a bogar a su hijo Yesid, de cuatro años. Lo que Yeidis no podrá enseñarle es a nadar, porque no sabe, al igual que muchos otros pobladores de la zona.

El trabajo formal de Yeidis es ser guía turística de la Ciénaga, a donde llegan anualmente cientos de visitantes nacionales y extranjeros.

—Al principio me daba mucho miedo. Sentía que la gente no me iba a prestar atención. Pero, mi tía me impulsó […]; dijo que yo tenía potencial para hablarle a las personas. 

El propósito regional es que la pesca responsable se combine pronto con el ecoturismo, para garantizar la subsistencia de los pueblos palafitos.

—Cada día quiero aprender y continuar, porque esto me llena; siento que una de las cosas que más me gusta es ser guía. Soy una contadora de la historia: cuento lo real, cómo vivimos, cómo nos trasladamos y cómo celebramos —explica Yeidis mientras recorre en canoa las calles (de agua) de Nueva Venecia, que separan los barrios y sus casitas de colores en cuyas terrazas los adultos se asolean en mecedoras mientras los niños juguetean con los perros.

 

Yeidis e hijo

 

 

Yeidis y su tía Elsy son fiel ejemplo de las mujeres de los palafitos: Trabajadoras recursivas e incansables. Ellas se encargan de impulsar los negocios alternativos.

—Las mujeres somos las que nos dedicamos a ir a la tienda, a comprar, o a hacer cualquier otro mandado—explica Yeidis.

Las mujeres van ofreciendo, de cuadra en cuadra y a grito entero, plátano guineo, aguacate, cocadas y otros dulces. Dentro de los barrios, han emprendido tiendas de víveres, comedores y papelerías, narra Elsy, una mujer escasa en estatura, pero abundante en ideas. Además de trabajar en un hogar estatal para niños, montó en su casa un restaurante improvisado; también estableció una panadería, a la que llamó Wendy. ¡Panadería Wendy, donde se robaron al panadero!

Además de ser familia, Elsy y Yeidis comparten un sueño: Ser profesoras, porque los docentes por acá escasean, como escasean los médicos y los curas. Por ahora, no les queda más remedio que seguir bogando, mañana y tarde, para conseguir ese propósito.

—Bogar, así como en lo cotidiano y en la vida, es luchar por una meta, por un sueño. [...] Nosotros acá nos impulsamos cada día para ser mejores personas, para luchar por un sueño que se llame realidad —concluye Yeidis.

 

 

 
 

 

 

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