Los pueblos palafitos están rodeados de agua. Paradójicamente, sus habitantes no tienen acceso a servicios de acueducto ni alcantarillado, por lo que gran parte de los desechos va directo a la Ciénaga Grande.
Una de las personas que abastece a esta región con agua dulce no potable es Isaac López Nieble. Desde hace 40 años, se adentra en la Ciénaga, hasta el llamado Caño de Aguas Negras, para llenar una canoa con al menos 5 mil litros de agua dulce, la misma cantidad que transporta un carro cisterna común.
—Comencé con el arte del agua a los 17 años. Aprendí muchas cosas: por debajo va el agua salá; por arriba va la dulce —. Así, con acento sabroso y sin titubear, explica cada cosa ese hombre que tiene la misma pinta de ‘Kid Pambelé’, la leyenda del boxeo colombiano: peso ligero, cuerpo fibroso y piel tostada.
Isaac sale de Nueva Venecia a las 4:00 de la madrugada y regresa a las 10:00 de la mañana, tras haber bogado de ida y vuelta unos 16 kilómetros. Es casi como darle 45 vueltas a una cancha de fútbol, con 32 grados de temperatura y una humedad por encima del 60 por ciento.
Isaac no solo transporta agua. Es químico empírico. Dice que descubrió la cantidad exacta que debe aplicar al agua de una sustancia, a la que informalmente llama cloro, que sirve para transparentarla y decantarla.
—El proceso que le hago al agua pa’ tratarla es echarle cloro a su debido punto, porque si uno se pasa de punto el agua queda amarga, no sirve el agua pa’ vender, y si uno la deja falla (o con poco cloro) el agua queda turbia.
Isaac llama lata a un bidón plástico de unos 13 litros de agua. En Nueva Venecia Isaac vende, de puerta en puerta, cada lata a 1.500 pesos (unos 38 centavos de dólar); en Buenavista, a 2.000 pesos (medio dólar). Esa agua los pobladores la usan para lavar la ropa y los platos, asear la casa, bañarse y, en algunas oportunidades, para cocinar.
—Hay veces que me quedan mis 40 barras (o 40 mil pesos), a veces me quedan mis 30, a veces me quedan mis 20; o sea, yo me conformo con lo que Dios me dé —afirma Isaac con un desparpajo y optimismo envidiables—. Hay días que son duros, que no me queda nada porque el sol me azota, y no me dan ganas de embarcarme en la canoa; amanezco estresado. Y hay días que amanezco bien, contento, alegre.
La vara o palanca con que se impulsa la canoa ha marcado la vida de Isaac, al que apodan el ‘tieso’ por la manera rígida de bogar.
—Cuando anteriormente apoyaba la palanca aquí en el pecho tenía que usar un trapo porque se me ponía en carne viva —recuerda mientras señala sobre sobre su mama izquierda las cicatrices que, para él, se asemejan a la marcación del ganado con un hierro caliente.
Subido en la canoa en medio de la Ciénaga, cuyo silencio es solo interrumpido de vez en cuando por la brisa o por un motor de lancha, Isaac continúa: —Esta mano derecha no la puedo abrir de tanto callo que tengo de tanto bogar de acá al pueblo. Me tiro ocho horas bogando, pero como me gusta no le paro bolas —. Isaac atina a mirar unos segundos de frente, y suelta una risa socarrona, porque así es él: tiene tanto de picardía como de ingenuidad.
Isaac no solo transporta agua. Es compositor. Apenas escribe garabatos, pero los versos le fluyen ingeniosamente.
—Toda la vida he compuesto canciones; soy un aguatero, pero soy un compositor [...]. Nací con la música vallenata en la mente. Aprendí a cantar, y ya cuando tenía 25 años comencé a componer canciones.
El lápiz y el papel desaparecen pronto. Los estribillos se escriben, se borran, se reescriben y se graban en su mente. Su memoria recupera cada palabra, interludio y melodía. —Una canción me sale de repente por donde sea, así sea durmiendo, acostado, sea en la madrugá o sea bogando de El Morro al caño.
En sus canciones Isaac recopila decenas de anécdotas, como aquella vez que, por culpa de las bruscas corrientes de la Ciénaga, llevó el agua dulce entreverada o mezclada con el agua salada.
—Ese día fue duro pa’ mí, porque yo comencé a bogar pa’ arriba del caño; boga y boga, y prueba y prueba. Ya cansado, dije: ‘Voy a llenar aquí’. Pero, sí sentí que el agua estaba entreverá.
Una madrugada espesa yo salí para Aguas Negras,
una madrugada espesa yo salí para Aguas Negras;
a llenar el bote de agua pa’ llevarlo para Venecia,
a llenar el bote de agua para llevarlo pa’ Venecia.
Cuando yo llegué a la boca, yo encontré el agua salá,
cuando yo llegué a la boca, yo encontré el agua salá;
yo me fui para arribita y llenaba el bote allá,
yo me fui para arribita y llenaba el bote allá.
Cuando yo llegué a Venecia con el agua entreverá,
cuando yo llegué a Venecia con el agua entreverá;
la gente con las canecas empezaron a comprar,
la gente con las canecas empezaron a comprar.
—Yo dije: ‘me compraron el agua ayer que estaba entreverada, hoy me la compran más ligero (o rápido)’. Iba entusiasmado pa’ mi pueblo. Cuando llego, yo siento una niña, una niña que dice: ‘ahí viene el agua salá’.
Yo la traigo dulcecita, y ellos no me compran na’,
yo la traigo dulcecita y ellos no me compran na’;
cuando la traigo salá no me dejan ni miguita,
cuando la traigo salá no me deja ni miguita.
Este es el agua entreverá, la que ya compuso Isaac,
ese sí tiene talento pa’ compone’ y cantá.
¡Isaac tiene talento! Pero, no tiene casa ni canoa. Alquila tanto su hospedaje como su embarcación. Isaac tampoco tendrá una pensión para sostener su vejez. Tiene 57 años.
¡No tener casa, vaya y venga! En estas comunidades cualquier vecino recibe al otro. Lo grave es no tener canoa. Sin canoa no se puede cruzar la calle ni ir a tierra firme. Sin canoa no se puede pescar. Sin canoa no se puede surtir al pueblo de agua ni de comida.
—La canoa es la libertad de pasear, de explorar el pueblo y los pies para movernos, porque nosotros sin canoa no somos nada, sin canoa estamos presos dentro de las de los palafitos —explica Edrulfo Pacheco Donado, un artesano de 32 años.
Las canoas se fabrican en astilleros al interior o a las afueras de los palafitos. Se han construido tradicionalmente con madera. Pero, para disminuir los costos cada vez se utiliza más la fibra de vidrio, un textil perjudicial para la Ciénaga Grande por la difícil descomposición de sus residuos.
Una vez que las canoas están listas, hay que bautizarlas. Ese es el trabajo de Edrulfo.
—Prácticamente soy cura, pero no de personas, sino de embarcaciones. Todas las canoas llevan un nombre, y casi la mayoría de los nombres tienen una historia que contar. Eso es lo que hago: colocarle la identidad, plasmarla en el costado de la canoa.
La canoa en la que transporta agua Isaac se llama Zafiro. La alquila por 20 mil pesos diarios (unos 5 dólares). Aunque no labore, debe pagar. De lo contrario, alguien más rentará la canoa y lo dejará sin con qué trabajar.
—Me pongo a pensar: ‘y ahora que yo me ponga viejo, que ya no pueda hacer eso (transportar agua), ¿cómo hago yo? —se pregunta Isaac aperado únicamente del mismo pantalón beige, con el torso desnudo y los pies descalzos. Respira hondo. —(Espero que) Dios me favorezca algún día —dice sin aflicción y se apresura a terminar de llenar a latadas de agua la canoa.