Entre el encanto y la desgracia han subsistido varias de las regiones colombianas. Ejemplo de ello es la Ciénaga Grande de Santa Marta, el complejo lagunar más extenso del Caribe colombiano (unos 4.000 km²), declarado por la UNESCO como reserva de la biósfera.

En la Ciénaga se juntan encantadoramente: el agua dulce del principal afluente del país –el río Magdalena–, el agua salada del mar Caribe, y las frías corrientes que bajan de la Sierra Nevada. Es asombroso cuando, más o menos a una hora en lancha de tierra firme, aparecen sobre las aguas, apoyados en estacas de madera, los tres pueblos palafitos de Colombia: Bocas de Aracataca, Buenavista y Nueva Venecia (conocida antes como El Morro).

Por desgracia, sus aproximadamente 3.200 habitantes tienen que enfrentar diariamente los fantasmas que dejó la violencia paramilitar; batallar contra la crisis pesquera, y luchar para no morir de sed. Esto lo hacen 'bogando' o impulsando la canoa con una vara de madera, que sirve de remo, mientras caminan sobre la barca de un extremo a otro.

 

 

 

 

 

 

La resistencia de los pueblos palafitos de Colombia

 

 

 

 

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